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jueves, 10 de noviembre de 2011

PENSAR LA BRECHA

Por Jerónimo Pinedo.

Una ontología abruma ciertos cerebros argentinos. Es la ontología de la irresponsabilidad, que permite a unos pensar desde la pureza moral cuando otros se ocupan de la construcción del poder, el Estado y la decisión política. Un pensamiento que cree que elige  libremente las circunstancias de lo que piensa. Irresponsable, porque ese pensar de la pura moral es posible gracias a las condiciones que crea ese poder, ese Estado y esa decisión política.  Irresponsable, porque simula que olvida las condiciones materiales de posibilidad de esa aparente autonomía. Irresponsable, porque si los resultados de ese “olvido” fueran proyectados hasta sus últimas consecuencias, sobrevendría la catástrofe. Irresponsable, porque supone que vive en la política como si esta fuera un país extranjero.
Cuando el Estado y el poder eran pura agresión a las formas de vida popular, pensar y resistir se nos imponía. Ahora, que aquellos son unas de las condiciones, con su más y sus menos, de recreación de la vida social, pareciera que somos libres de “dejar de pensarlo”. De ahí que la negativa a pensar “aquello que no me gusta” porque para mí “no existe” puede vivir en las apariencias de la libertad, cuando en realidad es pura inercia de la normalidad.
Estamos ante un doble riesgo. El primero es de los que creen que con la masa de votos acumulados por Cristina se han solucionado mágicamente todas las dificultades que suponen construir un esquema de poder político que avance en reformas igualitarias. La especulación que se ha desatado sobre el dólar en los últimos días nos recuerda, de la manera más cruel, aunque parece no visible para aquellos que “eligen no pensar”, la diferencia entre poder electoral y poder político. Quiero decir, capacidad de subordinar a aquellos actores que tienen el poder, porque tienen el capital. El segundo es de los que creen que a la derecha del Estado y de Cristina no existe nada. Se equivocan feo, es la normalidad que viven ciertos sectores de clases medias la que les hace creer que pueden desligarse de la política en su aspecto más duro, más complejo, donde las elecciones pierden toda pureza moral, se internan en el barro de la historia y el poder se vuelve una obsesión.
Así llegamos a Moyano. Porque Moyano representa el poder que hace falta pensar, no su persona, trayectoria, patrimonio y familia, que podría ser objeto de otra controversia, sino el lugar del secretario general del movimiento sindical más poderoso de América Latina. ¿Qué poder? ¿Para qué transformaciones? Muchas de las razones podrán leerlas en las notas que forman parte de la revista. A mí me gustaría agregar sólo una en forma de pregunta: ¿el poder político que ha permitido ganar espacio y reequilibrar la balanza frente a los intereses de los sectores más concentrados de la economía argentina podría haber sido posible sin la activa participación de la central sindical? ¿Quién fue el constructor activo de ese protagonismo? ¿Quién será en el futuro?
Estamos viviendo un cambio de escena. Y todo cambio de escena política requiere un nuevo pacto. Entre otros, un nuevo pacto entre el Estado y el movimiento sindical. Pero una fractura recorre el campo laboral argentino. En prospectiva, podríamos decir que debería apuntarse a salir del corporativismo segmentado y acercar los extremos de la brecha. A saber: los trabajadores y las trabajadoras viven en una realidad paralela, una masa significativa posee empleo registrado y tiene como defensores y garantes de su bienestar el activismo sindical existente. Pero otra masa no menos significativa está desguarnecida de  cualquier tipo de protección, vive en la precariedad, padece de todas las injusticias del mercado de trabajo y sólo cuenta con un mínimo de protección por la batería de políticas sociales existentes. Para que acortar esa brecha sea posible también le cabe a la CGT mirar hacia ellos y Ellas, algunos nacidos en la argentina otros provenientes de otros países, y partir de la base que esos sectores son trabajadores que merecen reconocimiento, redistribución y representación, tanto como sus afiliados. Eso supondría repensar las prioridades. Primero el trabajo decente para todas y todos aquellos que quieran habitar el suelo argentino, luego una reforma que haga al sistema de salud más igualitario, y en tercer lugar, participación en ganancias. Eso exigiría pensar más allá y cambiar de perspectiva. No sólo por una cuestión de solidaridad, sino también por una cuestión de poder.       

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