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jueves, 10 de noviembre de 2011

¡AHÍ VIENEN LOS RANQUELES!

Por Fernando Alfón

En el extraordinario y criminal libro que lleva por título La conquista de las quince mil leguas (ambos adjetivos me parecen justos), el joven abogado Estanislao S. Zeballos hizo honor a su segundo nombre: Severo. No fue cariñoso con los indios pampas (que Mansilla llamó ranqueles), a quienes encontró derivados de los araucanos, algo mal entretenidos y muy mal acostumbrados, y a quienes se debía tratar «con implacable rigor, porque esos bandidos incorregibles mueren en su ley y solamente se doblan al hierro» (1870, 376).
La lectura de este libro, que fue también la lectura de una exploración militar, me encontró en los días de octubre del año pasado. Una mañana, mientras me demoraba en los mapas de la pampa que el mismo Zeballos anexa, me llaman a casa y me juran y rejuran que había muerto Néstor Kirchner. La radio me quitó los restos de la duda. El tiempo, entonces, al modo de la mirada del gato, entró en un paréntesis infinito. Me fui para Buenos Aires. Amanecí en Av. de Mayo, con amigos que iban de un lado a otro: recuerdo que estaba David. Nunca nos enlistamos en la serpiente celeste y blanca que disputaba un instante junto al féretro. Se trataba de una serpiente que parecía engullirse la cola. Elegimos el modesto puesto de voyeurs, junto al cordón de la calle.
A eso del mediodía, vimos ingresar a la Avenida la columna de los camioneros. Todos los que andábamos sueltos, abrimos espacio como si llegara la mismísima representación de la fuerza del trabajo.  En eso, un hombre que, presumo, también estaba de luto, murmuró:

            —«¡Ahí vienen los ranqueles!»

Lo oí porque estaba a su lado. No sé si dijo, además, la palabra «malón», o esa palabra se cuela ahora, al rememorar el hecho. La expresión, entonces, me atrapó por la coincidencia, pero más porque no supe descifrar los sentidos que enlazaba. ¿Qué significaba que un hombre, en los funerales de Kirchner, al ver llegar a los camioneros, dijera: «¡Ahí vienen los ranqueles!»? ¿Se trataba de un juicio estrictamente objetivo, pues entendía que los camioneros eran la estirpe actualizada de los indios pampas? ¿Iba esa expresión cargada de desprecio? ¿Iba cargada de amenaza? ¿Anunciaba que los indios, una vez más, iban a ingresar a la Rosada, en forma de malón ordenado?
Algún compañero materialista dirá que conviene pensar en términos de «clase social» y que no es sino nuestra condición económica la que determina nuestra existencia. Yo creo que, además, para pensar la cuestión de los «negros», eufemismo de todo aquello que no sabemos cómo pensar, sigue siendo indispensable volver sobre nuestra consabida imposibilidad de pensar la otredad, que antaño se llamaba Catriel, y hoy se llama Hugo Moyano.

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