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jueves, 10 de noviembre de 2011

PESOS PESADOS DE LA HISTORIA

Por Esteban Rodríguez

“En cuanto a los sindicalistas… hay que saber comprenderlos… 
Ellos aducen que el gremialismo tiene sus límites… 
y esto es muy cierto… aunque también es cierto que, en algunos casos, 
el límite son ellos mismos…”
Leónidas Lamborghini, en Perón en Caracas.

Ya sabemos que la izquierda y la derecha son puntos de vista diferentes sobre la realidad. Sin embargo, parte de esa izquierda suele apuntar los mismos dardos que usa la derecha contra los actores vinculados al gobierno. La realidad los sorprende transitando la misma vereda y aunque cada uno de ellos haya llegado hasta allí por distintas razones, lo cierto es que los sorprendemos militando la misma causa. Sin necesidad de sellar ningún compromiso empiezan a actuar conjuntamente. El enemigo los junta. En el 2008 fue la oposición a la 125 que establecía un régimen de retenciones móviles. En aquella oportunidad vimos cómo ruralistas y maoistas confluyeron en el monumento a la bandera en la ciudad de Rosario. En el 2004, por ejemplo, después del secuestro y muerte de Alex Blumberg, asistimos impávidos a la marcha conjunta frente al palacio de justicia de la ciudad de Buenos Aires convocada por el padre pero acompañada por los militantes del trosquismo de Altamira y los desocupados nucleados en torno a Raúl Castel.
Hoy en día los sorprendemos militando contra Moyano. Moyano los junta. El odio a Moyano puede más que todo. Como escribía John William Cooke en sus “Apuntes para la militancia”: “Se han inventado un enemigo mítico porque no pueden afrontar la realidad.” Esta coincidencia paradójica es la que nos lleva a escribir este ensayo.
Lo primero que hay que decir es que se trata de una coincidencia de larga duración. No es la primera vez que manifiestan la misma desconfianza hacia los sindicatos. Porque cuando decimos Moyano no estamos pensando solamente en Moyano sino en todos los moyanos que hicieron posible que Moyano sea Moyano. Por eso, cuando Moyano no esté mas el que venga seguirá cargando con mismos estigmas que estos sectores de la política tallaron para apuntar contra los moyanos.
Digo: ¿qué es lo que tienen en común Altamira, Carrió y Lanata; Alfonsín, el Chipi Castillo o Morales Solá; la prensa obrera del PO con los diarios Clarín, Perfil o La Nación sino su desprecio hacia Moyano? Moyano es el nombre del sindicalismo argentino y, por añadidura, sinónimo de unos cuantos descalificativos despectivos. Moyano carga con los prejuicios de las élites, pero también de la clase media desmemoriada, sea la clase media universitaria como la clase media cuentapropista, esos sectores que resignaron su origen proletario a cambio de otro estatus social. Porque está visto –siempre a grandes rasgos -como todo en este ensayo-, que la clase media, tal como la conocemos hoy día fue un invento del peronismo, del sindicalismo que supo conseguir el peronismo, de la movilidad social que le imprimió el bienestar planificado y militando por el peronismo. Perón puso a los trabajadores en otro lugar, una dignidad que, con el paso del tiempo se traduciría en prosperidad.
Moyano es el negro, el gordo y el feo, pero también el que no sabe hablar, no sabe vestirse, pero sabe hacer negocios. Acá también hay un reproche: los sindicalistas no pueden hacer negocios, los trabajadores tienen que ser trabajadores para siempre. Ni si quiera puedan ganar salarios altos, no pueden cobrar más que un profesional con título universitario. El trabajador tiene que vivir como un trabajador, vestirse como trabajador, hablar como trabajador, frecuentar los lugares de los trabajadores, usar transporte público o moverse con autos usados, comprar segundas marcas, comer choripán y vino barato. No estoy con ello justificando el enriquecimiento ilícito de nadie, simplemente señalando la descalificación clasista que pesa sobre Moyano y, por elevación, sobre el resto de los gremialistas y trabajadores. Los trabajadores, conociendo las vacaciones pagas y la estabilidad laboral, no tienen permitido prosperar. La movilidad social tiene un techo. Ese techo se averigua en los prejuicios de estos sectores; un techo que está hecho con el renegamiento social de muchos hijos de antiguos trabajadores que viven su pasado con culpa laburante, pero también con el desfondamiento de otras capas sociales que no soportan que las distancias puedan estrecharse. Ese techo también son los prejuicios de la derecha y la izquierda, la incapacidad para pensar al otro, soportar su protagonismo y, en el caso de la izquierda tradicional en particular, la incapacidad histórica para vincularse a los sectores trabajadores.
Pero estaba hablando que parte de la izquierda y la derecha comparten –y me atrevería a decir- históricamente- la misma crítica sobre sindicalismo. Para comprobarlo citemos un párrafo escrito a cuatro manos entre Borges y Bioy Casares, llamado precisamente “El gremialista”: “El hecho irrefutable resta que el gremialismo es el primer intento planificado de aglutinar en defensa de la persona todas las afinidades latentes, que hasta ahora como ríos subterráneos han surcado la historia. Estructurado cabalmente y dirigido por experto timón, constituirá la roca que se oponga  al torrente de lava de la anarquía.”
En otras palabras, el sindicalismo es una manera de ponerle freno a la fuerza de los trabajadores. Se comprende enseguida la coincidencia con la izquierda marxista. El sindicalismo, esto es, la burocracia sindical, es la burocratización del movimiento obrero. Burocracia que tiene su punto de partida en la organización centralizada. Cuando los sindicatos se burocratizan y sus dirigentes empiezan a engordar, los trabajadores pierden sus reflejos, se los separa de lo que estos pueden. La burocracia sindical es el freno de mano a las asambleas de base y los cuerpos de delegados, es la movilización oportunista para golpear y después negociar y seguir engordando.
Las palabras de Borges y Bioy Casares coinciden con las escritas por muchos trosquistas para sus  panfletos universitarios. En efecto, para el trosquismo en general, el sindicalismo peronista es un sindicalismo de patas cortas, economicistas, pasteurizado, en una palabra: burócrata. Una burocracia que tiende a rigidizar al movimiento proletario cuando negocia con la patronal de turno.
Ahora bien, vista ambas perspectivas a larga distancia, y si comparamos el sindicalismo argentino con el brasilero, por ejemplo, podemos ver que lo que a primera vista era una limitación resultó ser su fortaleza. Mientras el sindicalismo federado de Brasil permaneció disgregado, una disgregación que se traducirá en una sociedad polarizada, marcadamente desigual; el sindicalismo centralizado en Argentina fue la garantía de la movilidad social y una sociedad mucho menos desigual. Claro que las cosas van a cambiar con el menemismo. Con Menem se parte el sindicalismo en varios pedazos. La CTA de De Genaro y el MTA de Moyano. No era la primera vez que se dividían, pero en un contexto de resistencia y desmovilización masiva, de resquebrajamiento del tejido social, el cuadro será distinto, tendrá otras consecuencias para los trabajadores. La disgregación contribuyo a recrear las condiciones para la desindustrialización, y, por añadidura para la desocupación, la precarización del empleo y la marginación social. Por su puesto que todos esos procesos hay que pensarlos en relación de continuidad con el proceso cívico-militar que, con la represión sistemática, la desaparición, persecución y proscripción de los sectores más dinámicos de la clase trabajadora, sentaron las bases para imprimirle un giro financiero a la economía a través de la descomposición del estado social y la constricción del gasto público.
Escribir sobre Moyano no es fácil. Moyano es un producto del sindicalismo argentino, de sus rutinas, su folklore, sus contradicciones, las luchas que supo conseguir y las que nunca estuvieron en sus planes. Pero también es producto de nuestros fantasmas. Moyano es objeto de prácticas y discursos que no controla, pero también el resultado de conspiraciones trasnochadas. Moyano es la historia pero también la contingencia. El momento de Moyano habla de las negociaciones oportunas, pero también de sus apuestas políticas. Moyano fue un hombre que supo esperar su turno y sabrá irse llegado el momento. Pero el que venga continuará cargando con el mismo peso histórico. La historia tiene sus vueltas, como la economía sus ciclos. Tarde o temprano, tal vez más temprano que tarde, Moyano pasará, pero el que siga continuará cargando con el mismo peso de la historia. 

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